Desde muy pequeña, soñó con ser modelo. Cuando iba a la playa, mientras sus primos se ensuciaban con la arena, ella posaba feliz ante la cámara.
A los 13 años, logró entrar al mundo que parecía estar diseñado para el don que tenía. Soñó también con ser escritora y tardó cinco años escribiendo e ilustrando “Belinda, princesa de fuego”, su primer libro de todos los que imagina que vendrán.
Dentro de todos los sueños que existen, hubo uno que superó los clichés románticos, las películas de amor y las conexiones profundas, despertándole a Ana Sofía ese chip que está instalado en el corazón y casi siempre viene con una etiqueta llamada “amordelavida”. Así fue como conoció a Juan Pablo, su esposo, con quien comprobó que los sueños son quizás la forma de medir la magia de la vida y hacerlos realidad es experimentar que sí existe.
Se casó el 19 de marzo de 2016, una fecha que según el calendario dice que es el día de San José o de los buenos esposos; casualidad que se convirtió en augurio para mantener la fórmula de la felicidad intacta. Para su matrimonio tenía claro que quería un vestido sencillo y fresco, un peinado natural y un accesorio que complementara la combinación romántica y natural que forma su esencia.
Sabía también que el accesorio que se pondría ese día, sería esa dosis de luz que se necesita para brillar sin opacar al resto, ese destello fugaz que perdura en el tiempo y en la memoria, ese resplandor que le da vida a la noche. Para materializar esas ideas emotivas estaba María Fernanda Zawadzky, que, en palabras de Ana Sofía “es capaz de entender perfectamente lo que quieres y hacer que ese accesorio se parezca a ti, tenga tu esencia, se transforme físicamente en lo que habías imaginado”.
Así fue: después de que María Fernanda entendiera el concepto de lo que ella quería, se sentaron juntas a imaginar lo que Ana Sofía llevaría el día de su matrimonio. Y es que para crear estos elementos, María Fernanda no solo es capaz de leer la personalidad de sus clientes, sino que tiene un don especial para detectar lo que las hace sonreír de emoción.
El proceso fue bonito y sencillo: primero se sentaron a dibujar el tocado, una especie de boceto que sirve de guía para la elaboración, después seleccionaron las piedras que llevaría: swarovski blancos y rosados, luego, solo con las piedras, como si fuera un rompe-cabezas, (poniéndolas en el orden en el que irían pero sin coserlas) armaron lo que a futuro se convertiría en el accesorio. Finalmente, María Fernanda y su equipo se encargaron de tejer, darle forma y horma a lo que Ana Sofía había delineado en su mente. De ese trabajo quedaron dos tocados, uno con formas florales y otro con pájaros y flores. A los pocos días Ana Sofía volvió para probárselos con el peinado y el maquillaje que llevaría, pero se enamoró tanto de ambos que no fue capaz de elegir y solo hasta el día de su matrimonio, decidió ponerse los dos.
Antes de llegar al altar y sentir la vibración más fuerte que ha sentido su corazón, de notar cómo sus manos le sudaban, de no parar de sonreír ni cuando quería parar, de vivir ese día como algo mejor que un sueño; antes de todo eso, Ana Sofía, puso en su cabeza esos dos accesorios; que son el reflejo de que Zawadzky, al igual que el amor, es una marca hecha de detalles lumínicos que hacen que los sueños sean lo más parecido al amor y que el amor se parezca a la magia.